En 1932 una rebelión de campesinos dirigida por Agustín Farabundo Martí fue suprimida por la represión del ejército Salvadoreño. El ejército asesinó a cualquier persona que pareciera indígena, casi exterminando la cultura indígena Pipil de El Salvador, en una matanza que se estima que cobró entre 10,000 y 30,000 vidas.
La Gran Depresión, que siguió de la caída de la bolsa de valores de Wall Street en noviembre de 1929, fue catastrófica para El Salvador. El mercado del café se derrumbó y con él, la economía del pequeño país. Los pobres sin tierras entraron en una desesperación y las tensiones aumentaron entre campesinos y la minoría elitista de terratenientes.
En diciembre de 1931, un golpe militar remplazó al gobierno laboral del Presidente Araújo por el dictador General Maximiliano Hernández Martínez. Un mes después, por la noche de enero 22 de 1932, miles de campesinos indígenas en la miseria participaron en una rebelión dirigida por Agustín Martí y apoyada por el partido comunista de El Salvador.
La escala de la represión del gobierno al fallar la rebelión no tenía precedente alguno en la historia del país. El ejército, la policía, la Guardia Nacional y las fuerzas privadas de los propietarios de hacienda emprendieron a una orgía de masacre durante una semana entera. Los líderes de la insurrección que incluían a Agustín Farabundo Martí fueron capturados y ejecutados por la escuadrilla.
Durante “la Matanza”, a cualquier persona vestida con ropas indígenas o a cualquier sospechoso de estar asociado con la rebelión fusilaban. En algunos casos, aldeas enteras desaparecieron. Las cifras exactas nunca se han dado a conocer, pero se estima que entre 10,000 y 30,000 personas fallecieron. La dictadura insistió que solamente 2000 fueron matados.
Para la población indígena de El Salvador, los efectos de la masacre sobrepasaron los límites de los muertos. Llegó a ser cada vez más peligroso ser identificado como indígena—el traje tradicional, su lenguaje y costumbres desaparecieron casi por completo.
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