martes, 24 de enero de 2012

YO NO LE SIGO EL JUEGO A LA DERECHA

Carlos Molina Velásquez (*)


SAN SALVADOR - No ir a votar o anular el voto equivale a votar por la derecha. Al menos en las actuales condiciones, quienes pretenden castigar al Gobierno del Cambio, al FMLN o “a todos los políticos” anulando su voto contribuirán a los objetivos de los sectores que han gobernado este país desde que existe como tal e incluso les prestarán una valiosa ayuda para que recuperen el control del Ejecutivo.
Se equivocan aquellos que piensan que no votan por la derecha porque no marcan ninguna bandera, ya que al respaldar la inercia del “voto duro” propician que se beneficien ARENA, GANA y sus secuaces. Basta con que echemos un vistazo al comportamiento de los electores de los últimos años para comprender la cuestión. Quien anula su voto o se abstiene de votar genera en realidad un “efecto indirecto” que no tiene nada que ver con “su verdadera intención”. Esta, en realidad, sale sobrando.


Entre los más ruidosos “desencantados” con el Gobierno del Cambio están los que votaron realmente “por Mauricio”, no por el FMLN, quizás porque esperaban que el primero funcionara como una especie de “dique” ante el “radicalismo” del segundo. Y aunque tengamos serias dudas sobre la existencia real del mentado radicalismo, a uno le entran ganas de decirles: ¿No ha realizado “el independiente Funes” esa tarea, es que no ha hecho un buen trabajo? Si lo que querían era “moderación”, ¿por qué se quejan?

Sin embargo, más grave es que los desencantados no sean capaces de decirnos con claridad cuál es la alternativa a las opciones políticas existentes. Parece que lo único que pueden ofrecer al país son arrebatos histriónicos o el clamor por más candidatos independientes que vendrían a salvarnos, como esperaban que hiciera la versión criolla de los (ahora olvidados) Cuatro Fantásticos Magistrados. Pero sabemos que es más fácil encontrar al Doctor Doom que a un solo modelo de “independencia” y en todo caso sería mucho menos siniestro que cualquiera de los que asoman por nuestros horizontes arrogándose tal virtud.

Otros “decepcionados” del FMLN (no de Funes, en quien nunca creyeron) conforman un grupo bastante heterogéneo de “izquierdistas radicales” o algo así. Cuando uno los escucha o los lee encuentra desde quienes hacen críticas serias y acompañadas de auténticos análisis (a veces), hasta los que sólo tienen en común el rechazo visceral de todo lo que hace el FMLN. ¿Cómo es que llegaron a formar parte de un mismo grupo? Me temo que se debe a que no se respaldan en ningún esfuerzo organizativo ni una posición ideológica o política mínimamente clara. Lamentablemente, vienen a ser poco más que personajes pintorescos o voces que gritan en el desierto, desperdiciando así la oportunidad de constituirse en interlocutores legítimos del FMLN —algo necesario, sin duda— y dejándole cancha libre para monopolizar todo lo que pueda ser interpretado como “izquierda”.

Muchos de estos izquierdistas no dudan en llamar a la abstención electoral y representan muy bien lo que llamo “necedad ciega”: “hay que esperar a que las fuerzas de la historia actúen”; “si el Frente pierde estaremos más cerca de alcanzar las condiciones ideales para una revolución”; “con una derecha mejor posicionada, la insurrección estaría a la vuelta de la esquina, pues se agudizarían las contradicciones sociales”; y demás sentencias de ese estilo. Otros simplemente confían en un descalabro electoral que haga reaccionar a la dirigencia del FMLN, volviéndola más humilde y sensata (?). ¡Y sostienen esto incluso contra toda la evidencia de la historia reciente, la cual muestra que los descalabros electorales sólo originan atrincheramientos patéticos y disidentes bufonescos!

Pero el problema no es que seamos necios. Más bien, lo que necesitamos es “necedad lúcida”: no tenemos que renunciar a ser radicales, pero debemos discernir cuáles son las condiciones que podemos crear para que la radicalidad dé los frutos esperados. Un movimiento social verdaderamente revolucionario deberá tener la capacidad analítica y crítica para propiciar escenarios y aprovechar la aparición de lo nuevo. Sin duda, no todo lo que veremos llegar será novedoso, pero los incipientes cambios podrán ser convertidos en trincheras de una acción sostenida hacia transformaciones aún más radicales.

Estoy convencido de la necesidad de convertir al movimiento social crítico en un agente de cambio que pueda interactuar con el aparato estatal y esto nos impone una pregunta: ¿Cuál partido debería controlar ese aparato estatal, para que tal cosa sea posible? Muchos piensan que da igual cuál partido sea y añaden que la culpa la tienen ellos (los partidos, claro). Ahora bien, ¿es eso cierto? ¿“Son lo mismo” los partidos de derecha y el FMLN, como algunos escritores repiten hasta la náusea? Pienso que afirmar eso es un disparate y no ayuda en nada a interpretar la realidad del país. Es más, esa visión nos impide comprender las evidentes afinidades y filiaciones con el FMLN dentro del mismo movimiento popular, aun cuando no se trague a muchos de sus dirigentes —algo comprensible, después de todo.

Recientemente, algunos abanderados del abstencionismo electoral incluso han usado como referente la lucha de los indignados españoles y le auguran al FMLN un destino similar al del PSOE, haciendo caso omiso de la enorme distancia entre los más de veinte años que suman los dos períodos de gobierno “socialista” en España (1982-1996; 2004-2011), y los dos años y medio de nuestro Gobierno del Cambio. Aunque tengo mis dudas, puedo comprender que los indignados españoles tuvieran razón al abstenerse de votar por el PSOE, favoreciendo con ello el retorno de los fachas del PP. No sé qué habría hecho yo si fuese un izquierdista español, pero en tanto izquierdista salvadoreño tengo claras dos cosas: (1) la mitad de un período presidencial es poco tiempo para exigir cambios radicales en cualquier país y (2) no debemos permitir el resurgimiento político de la derecha.

Por muy indignados que podamos estar, no debemos abstenernos de votar. Es más, si somos partidarios de que este país se transforme de verdad, debemos votar por el FMLN. Con un aparato estatal controlado por el Frente no sólo estaremos ante un escenario inédito en este país, sino que el mismo FMLN no podrá dar más excusas (“es porque no tenemos mayoría en la Asamblea”; “no somos nosotros los que gobernamos estas municipalidades”) y estarán obligados a hacer las cosas bien, pues ya no habrá cómo echarle la culpa a ARENA. Claro, también puede ocurrir que ni aun así lo hagan bien, que reincidan en sus errores o en sus propias necedades. Pero entonces la lógica de esa realidad los pondrá en mayores apuros que los actuales y nosotros podremos reconsiderar nuestros apoyos.

Ahora bien, para capitalizar dichos “apuros” hace falta un movimiento social popular fuerte y con claridad organizativa, reflexiva y ejecutiva. No podemos esperar que el partido de izquierda se transforme si no se transforma a su vez la manera como actúan las personas y organizaciones que constituyen el movimiento popular. Todos ellos, hasta ahora, han funcionado de manera “inorgánica”, jalando cada uno por su lado y disparando en la dirección de su propia conveniencia. Tampoco han sido escasas sus alianzas con el enemigo (la derecha tiene muchos rostros, que no se olvide), algo a tomar en cuenta a la hora de reprochárselo —con justicia— al Frente.

Debemos analizar cuál sería la mejor estrategia para que nuestras luchas puedan tener éxito, pensando con la cabeza y parándonos firmemente sobre nuestros pies, no suponiendo únicamente personas, estructuras y condiciones ideales, sino resultados plausibles. Claro que los ideales son inseparables de la radicalidad, pero ante la decisión de ejercer el sufragio deben ir unidos a un proyecto con posibilidad de realización en el corto plazo y no cuando llegue el milenio.

A mi juicio, la mejor opción es la que brindaría un triunfo inequívoco del FMLN en las próximas elecciones, pues así podrían abrirse posibilidades de transformación en el aparato estatal que hasta ahora son totalmente imposibles. Está claro que hay que ir más allá de sólo mantener el control del Ejecutivo, pues poco puede hacerse desde él si hay que enfrentar constantemente a un Parlamento hostil. El Poder Judicial también debe estar en nuestra mira y no creo que haga falta insistir en la necesidad de cambios radicales en el mismo.

Podría sonar extraño decir que pretendo algo más que persuadir para que se vote por el FMLN, pero así es. En tanto ejercicio crítico sobre los efectos de nuestra decisión electoral, mis argumentos pueden ser bien recibidos o rechazados de plano, pero confío en que estimulen a la reflexión. Si aun analizando estos argumentos se decide anular el voto o abstenerse de ir a votar, al menos debería quedar claro que no será “el proyecto de los indignados” el que obtendrá algo con ello. Tal cosa no existe. Tampoco estaremos más cerca de la “revolución proletaria”, utopía que no tienen clara ni siquiera los que más suspiran por ella. Por el contrario, toda persona que no vote o vote nulo habrá beneficiado a la derecha y es totalmente indiferente si se considera parte de ella o no.

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