Un viaje de un lisiado a un destino incierto
Bernardo Menjívar (*)
Nuestros cuerpos escuálidos por los efectos de las heridas ocuparon las primeras páginas de los diarios
SAN SALVADOR - Después de haber pasado una larga noche y medio dormir, por la tensión de tener los cañones casi en nuestra sien y con la advertencia de nuestros captores de matarnos en caso que ocurriera un ataque guerrillero a sus posiciones para rescatarnos, por fin llegó el día...
No dejó de pasar por mi mente la idea de que ellos fingirían un ataque como excusa para deshacerse de nosotros; por otro lado, también razonaba que si la intención hubiera sido eliminarnos no se hubieran molestado en cargarnos en sus espaldas durante horas para llevarnos hasta su puesto de mando, aunque también pensaba que quizás sólo querían sacarnos información que les sería útil y después nos liquidarían.
Al llegar el día nos separaron para interrogarnos nuevamente durante un largo rato; nos hacían presiones psicológicas, amenazas y ofrecimientos a cambio de proporcionarles información sobre las unidades guerrilleras que operaban en el frente, sus ubicaciones, sobre los mandos guerrilleros y muchas otras preguntas pero todos nos mantuvimos en los argumentos del día anterior, de desconocer la información que ellos preguntaban.
Luego del interrogatorio nos volvieron a juntar con la excepción de los paramédicos Lorena y el “Chele hijo del Sol”; a ellos los separaron definitivamente de nosotros y no volvimos a verlos.
A eso de las diez de la mañana aterrizaron varios helicópteros en la elevación donde nos encontrábamos y en ellos viajaban altos mandos del ejercito, gente del COPREFA (Comité de Prensa de la Fuerza Armada) y medios de prensa nacionales e internacionales. Ahí se dio la presentación de parte de los altos mandos militares ante los medios de los prisioneros de guerra que habían capturado las tropas del Batallón Bracamonte, en Chalatenango, que éramos nosotros.
Al día siguiente nuestros cuerpos escuálidos y demacrados por los efectos de las heridas y la falta de alimentación ocupaban las primeras páginas de La Prensa Gráfica y El Diario de Hoy, y por su puesto, destacaban el humanismo de la Fuerza Armada por habernos respetado la vida y publicaban una fotografía de media página de portada y a todo color donde aparecía mi compañero Ricardo tomando agua de una cantimplora de un soldado captor.
Luego del show con los medios de comunicación nos subieron a uno de los helicópteros sin decirnos para dónde nos transportaban, dieron varias vueltas sobre el lago Suchitlán y realizaban maniobras bruscas y nos amenazaban con lanzarnos si no colaborábamos con ellos, proporcionándoles información.
Luego aterrizaron en la presa “5 de Noviembre”, ubicada entre los departamentos de Chalatenango y Cabañas; en este lugar permanecimos durante algunas horas. Finalmente nos entregaron a la Cruz Roja Internacional (CICR). En ese momento sentimos un gran alivio, en cierta manera nos creímos estar a salvo, sabíamos que estando bajo la custodia de la Cruz Roja Internacional ya no podían matarnos, al menos sin que se hiciera un escándalo de consecuencias negativas para ellos.
En seguida el CICR nos traslado hacia la capital San Salvador, para internarnos en el hospital Bautista a fin de que pudiéramos recibir atención médica, algunos de mis compañeros debían ser operados ya que debido a la estadía en el tatú (refugio subterráneo), durante una semana y en condiciones poco higiénicas, habían contraído procesos infecciosos en sus heridas y necesitaban con urgencia recibir atención médica, incluso algunos de ellos estaban en peligro de muerte por lo grave de sus lesiones.
La mayoría de nosotros no conocíamos la ciudad y no teníamos mucha idea de dónde estábamos, pero por supuesto, apreciábamos con agrado el cambio drástico en las condiciones humanas y las atenciones recibidas por las dulces enfermeras que nos recibieron en el centro médico, comparado con las condiciones infrahumanas del lugar de donde veníamos.
Una de las primeras cosas que hicieron las enfermeras al recibirnos fue meternos al baño y darnos una buena restregada para quitarnos toda la mugre acumulada de más de dos semanas de no bañarnos. Pero no todas fueron emociones agradables; en dicho hospital también nos estaban esperando Policías Nacionales (PN), vestidos de civil, que ya tenían instrucciones para custodiarnos e interrogarnos.
Inmediatamente regresamos a nuestras habitaciones fuimos sacados, uno por uno por los policías, a un cuarto que habían habilitado para los interrogatorios. Las preguntas seguían siendo casi las mismas que nos habían hecho los oficiales del ejército, sobre quiénes eran nuestros jefes, cómo estaban conformadas las unidades guerrilleras, sobre la ubicación de los principales comandantes guerrilleros, y por supuesto, nos hacían labor de convencimiento para que no siguiéramos luchando y nos convirtiéramos en sus colaboradores.
A esas alturas ya habíamos hablado entre nosotros sobre las posiciones que debíamos mantener y si no les habíamos dado ninguna información cuando estábamos en más riesgo, mucho menos se las daríamos cuando ya estábamos bajo la custodia del CICR, con mejores garantías de protección a nuestras vidas.
Después de algunos días de interrogatorios se calmaron y ya solamente nos custodiaban de forma permanente, pero un día se les ocurrió a los Comandos Urbanos, de la guerrilla, realizar un ataque a los policías que custodiaban la entrada principal del hospital donde permanecíamos y al parecer hubo muertos y heridos. Esto los enfureció, y reiniciaron nuevamente los interrogatorios y esta vez nos acusaban de haber planeado el ataque contra sus compañeros, lo cual no tenia ningún sentido y ellos mismos lo sabían, pero en el fondo buscaban una justificación para seguirnos jodiendo la vida.
Los delegados del CICR en una de sus visitas de rutina nos informaron que a pedido de la dirección del FMLN estaban haciendo gestiones con diferentes países para que nos pudieran recibir y era cuestión de días para que se concretara una de esas posibilidades. Los destinos probables eran México, Nicaragua o Cuba. Eso nos llenó de satisfacción y nos dio una esperanza más certera de cuál sería nuestro probable destino, mientras tanto, continuábamos contándoles historias inventadas a nuestros interrogadores y esperando que sanaran nuestras heridas.
(*) Lisiado de guerra
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